Sueño I

El Sol, anaranjado,
Caía al final de la calle
La calle, interminable;
El atardecer, estático.
Miles de personas caminaban hacia la muerte del astro rey
Quien se alejaba eternizando aún más el sendero.
A los costados, cortinas metálicas cerradas.
Familias completas, parejas e individuos solitarios
Caminaban cada quien a su ritmo
Mas todos con un sentimiento común:
La dirección.
La calle no era interrumpida por cruces, semáforos o letreros.
No se necesitaban
La alegría se reflejaba en el rostro de los caminantes
Las familias reían, las parejas conversaban
Incluso los solitarios, sumidos en aquel mundo compartido,
Miraban con optimismo el futuro
Que al parecer llegaría.
Mi joven padre, y mi hermano, pequeño todavía
Acompañábanme esperanzados
De que al lugar indeterminado
En algún momento llegaríamos.
La paz reinante se vio interrumpida,
Cual paraíso arruinado por el pecado,
Por un joven delincuente,
Que sus costumbres controlar no pudo.
Y, tomando por la fuerza, la cartera de una joven,
Heroicamente, su novio la defendía.
¿Cómo podía ser que en tan apacible momento
Y en tan imperturbable lugar
Un solo hombre pudiera arruinar toda tranquilidad?
El novio de la joven, logró botar al suelo
Al ladrón, quien, soberbio,
Su arma blanca aún sostenía, e intentaba blandirla
Contra quien se le acercara.
La gente, indignada,
(¡Su esfera de paz había sido perforada!)
Ayudaba al noble joven a vengar la ofensa
Cometida contra su amada.
Los golpes, bien merecidos, eran aplaudidos por mi padre
Mientras, saltando, mi hermano,
Con una ingenua, pura y notoria sonrisa
Celebraba la justicia aplicada contra el perturbador.
Compartía, en un principio
El contagioso sentimiento de victoria;
Mas al pasar el tiempo,
Y con él, la crudeza de la venganza,
Sentía que no debía celebrar tal atrocidad.
La gente, aún ofuscada,
Se descargaba con patadas.
La sangre lentamente corría
Formando una poza en torno al pobre humano.
El cuchillo le fue arrebatado
Por el héroe aún no satisfecho.
Quien, clavándolo en su espalda,
Gritaba, frente al pueblo
Que la justicia de la gente
Sería firmemente aplicada
Contra el criminal que quisiera,
Sin respetar ni ética ni nada,
Tomar por la fuerza, lo que no le correspondía.
Perforaba sus riñones
Sin piedad, de forma inhumana;
Su justicia se convirtió en ira.
Mas la gente aún lo apoyaba.
Miraba yo a mi padre, contento
Y dispuesto a ayudar
A completar la tarea social
De aquel delincuente matar.
Mi padre entró al tumulto
Aunque no hizo más que gritar.
El joven, tomando la cabeza del moribundo hombre
Le llevó cerca de la acera
Y poniendo su cabeza sobre la cuneta
Contra esta comenzó a azotarla.
El pueblo, gozoso, entonando gritos de júbilo,
Entre ellos, Ancianas, jóvenes y niños muy pequeños
Uníanse, alegres y victoriosos
Contra aquella semilla del mal
Que tuvo el atrevimiento de romper aquel hermoso
Sentimiento de absoluta paz.