miércoles, noviembre 30, 2016

No alcancé a enterarme a tiempo del cumpleaños de una persona que solo conocía por internet, y terminé lamentándome en la casa


      Estaba triste entre escribiendo y durmiendo.

      El audio del sistema nervioso se ralentizaba a ratos, y se intensificaba a otros -dos formas muy distintas de movimiento de las ondas dinámicas: una relacionada con la frecuencia, y otra con los decibeles-, generando un sonido de eco lejano y grave, muy distante, como una galería de estadio, en partido o recital -pero un estadio lejano- rebotando en un par de edificos y llegando con desfase, agrupándose en ciertas olas de ese susurro masivo que resulta de los gritos multitudinarios. Sí, como olas, exactamente como olas de "haaahhhh" humanos -o humanoides-.

      Entre esas voces destaca una que no es parte del montón, y, por lo tanto, no está a esa distancia tan intrazable hacia adentro del Sistema Nervioso Central (SNC).

      Esa voz decía algunas cosas, y casi, casi podría haber dicho que no venía de nada parecido a soñar despierto. Pero también suelen estar esas personitas nubosas, como hechas de pifia en la córnea, de esas que quedan cuando miro la ampolleta y después a una hoja de cuaderno, y queda esa mancha que es de colores raros y oscuros -amarillo ocre, o verde destacador gastado-.

      Me asomé a la ventana y había efectivamente una persona. No sé si "efectivamente", y tampoco sé si efectivamente "una persona". Miraba hacia arriba, porque, claro, era un enano. Y miraba exactamente hacia la ventana, moviendo los labios. Me asusté un poco, y me dije "Boris...", y luego un silencio sepulcral. En ese silencio se sentía el correr de la sangre por todas las arterias y venas, pero principalmente por las que están más cerca de los oídos, porque, obviamente, son las que más se escuchan en el silencio semiabsoluto.

      Olvidé de lo que iba a decirme a mí mismo, y solo conseguí asustarme más.

      Petiso orejudo, murmuré, y sentía también ese movimiento de labios secos que tenía el petiso orejudo. O enanito orejón.

      Lo que más me asustaba era, sin duda, que la ventana de mi pieza -todo el tiempo estuve en mi pieza- daba a mi patio trasero, y no a la calle. Me tomé el cabello, y decidí dormir.

      La decisión no valía de mucho. La cama estaba mojada, el colchón terriblemente empapado, porque al principio de la narración, cuando estaba triste escribiendo y durmiendo, estaba en el borde de la cama, debido a que unos minutos antes -quince o diez (aproximando a múltiplos de cinco)- se había volcado una taza de café justo en medio del colchón, impidiéndome dormir, ya que no dejaba espacio hacia ninguno de los dos lados donde pudiera caber mi torso. La mancha había sido a la altura de mi pecho y hombros.

      El patio donde estaba el enanito orejón ni siquiera es un patio realmente. Es como un cuarto de atrás, porque con los años lo han ido cerrando y cerrando, poniendo techos, y tablas y rejas, para que no entren gatos ni ratas. Claramente nada podía haber entrado por ahí.

      Abrí la ventana y me encontré con un problema mayor, que era el de las protecciones de la ventana. La ventana tenía esos barrotes -varios en vertical y unos pocos en diagonal-, por lo que fue increíblemente complicado tomar al enanito orejón, acercarlo a los barrotes, cambiarme de mano constantemente para acomodarlo y para que no se me resbalara. A ratos hacía demasiada presión en sus costillas con algunos de mis dedos, y entonces estiraba más hacia afuera uno de los brazos, cargando un barrote con la respectiva axila del brazo, parte del cuello y el maxilar inferior del mismo lado, para conseguir tomarlo como desde la espalda y que no se resbalara y cayera. Cambiando muchas, muchas veces de mano y de barrote, logré levantarlo a la altura de mi cabeza. Besé su frente y se dio por iniciada esa labor de parto deshumanizado que fue pasarlo por entre los barrotrs de la protección de la ventana, hacia adentro de mi pieza.

      Mientras lo levantaba, me había preguntado si era hombre o mujer. Solo le respondí apuntando mi cola que me había tomado en el pelo, y posteriormente la cola de gato -artificial, porsia- que tenía pegada al pantalón con alfiler de gancho.

      De la oscuridad húmeda y fría del patio, entró a la oscuridad un poco menos húmeda, pero igual de fría de mi pieza, y me djo "Boris...", acariciando mi mejilla derecha con su mano izquierda.

      Yo le iba a pedir que secara el colchón acostándose encima hasta absorber toda el agua, pero hubo algo en esa mano izquierda apoyada en mi cara. Algo que parecía cariño y amistad a primera vista, pero que era sucio y manipulador. O quizás lo entendí así en ese momento.

      Mis pupilas se dilataban al máximo -a ese punto en que se siente físicamente el iris ocupando menos espacio, algo así como la tensión muscular ocular- para intentar ver bien sus rasgos faciales. Pero en medio de la oscuridad, su rostro era tan indistinguible, que mi cerebro creaba formas horribles, como si tuviera los ojos más arriba de lo normal, o como si no tuviera boca, o si la nariz tuviera otra forma, rara, humanoide-no-humana

      Su mano izquierda volvió a acercárseme, pero ahora para tocar mi nuca, y confieso que me ofusqué

      -No, no. No te confundas. Todo esto es performático.

      Quité mi peluca y le mostré cómo estaba calvo, y que la calvicie solía asociarse a la presencia alta de testosterona durante la vida. Tengo pelo largo, efectivamente, pero son apenas unas docenas de cabellos. El pantalón con la cola de gato también me lo quité, explicándole en qué contexto y por qué motivaciones artísticas lo llevaba puesto. Quedé con mis velludas piernas al frío, y le pedí que cerrara la ventana, ya que las sábanas de la cama para taparme estaban húmedas, con el café ya casi escarchado por el frío de la mañana.

      Cabe decir que mi casa es apenas la pieza, más un pequeño espacio separado por una pared donde hay una lavadora, una taza de baño y un lavatorio, que sirve también de lavamanos. En él hay un jabón Popeye y uno Dove, para lavar ropa interior y manos y cara, respectivamente. Luego, hay otro pequeño espacio en el que hay una cocinilla, un balón de gas de 5kg., encima del cual dejo mi ropa sucia, que suele acumularse cuando el agua está cortada.

      El patio que da afuera está construido con volcanita, y en realidad es ilegal, ya que no fue autorizado por la municipalidad, pero lo necesitaba para colgar ropa y guardar ciertas tablas y cosas que solo pueden guardarse en patios.

      Cabe decir también que la casa es el primer piso de un departamento, que sería un paralelepípedo perfecto de no ser por ese pequeño patio pirata que comenzaron construyendo los dueños anteriores y terminaron de arreglar los arrendatarios anteriores a mí, que forma algo así como un cubo que sobresale del block, como encaramándose a un bloque de concreto cerrado que no lo deja entrar.

      En el  block de al frente, pero por el otro lado, no el que da hacia mi puerta, hay una pieza pirata que sobresale del edificio, pero en el segundo piso, sostenida por dos columnas piratas hechas de fierro que lo sostienen, y que invaden la salida del departamento inmediatamente inferior.

      El enanito orejón me dijo que si cerraba la ventana, no podría salir más, y se quedaría para siempre en mi vida. Le pedí amablemente que se fuera, y que de la mancha en el colchón me ocupaba yo.

      No vi por donde salió. Estoy acurrucado sobre el cubrecama, y cubriéndome con el mismo cubrecama, doblado hacia afuera, enrollado hacia los pies de la cama, tratando de mantenerme alejado de la parte húmeda que está donde uno suele acostarse normalmente. Si es que salió, como dijo, por la ventana, estaría encerrado en el patio pirata.Estoy escribiendo, y menos triste, y casi durmiendo.

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