De todas las personas con las que
me juntaba a la semana, Agustín era el que me ponía más nerviosa. Su
tranquilidad al caminar, al sentarse, su forma de mirar incluso las palomas me
hacía sentir, de alguna forma, en una competencia con él. En demostrar no ser
menos, no ser más superficial, no ser más impaciente o aburrida. Era como si no
se aburriera jamás, como si todas las cosas que pensaba o contemplaba se
mantenían en su cabeza coexistiendo, o de forma intermitente. O quizás eran
solo proyecciones mías. Horas antes de juntarme con Agustín, me comportaba
distinto incluso en mi propia casa. La cantidad de merquén que le echaba a la
sopa, el orden en el que me jabonaba en la ducha, e incluso qué compraba en el
almacén para el desayuno.
Me junté con Agustín en el parque
Bustamante, cerca del café literario, como pensé que le gustaría a él, o quizás
como una parte de mí quiso que él me percibiera. A pesar de que no siento
ningún tipo de atracción sexual por él, mi psiquis se comporta como
considerando la posibilidad de que pase a futuro.
A nadie podría explicarle esa
última afirmación de forma seria.
Agustín tardaba más de lo
habitual –lo habitual era dos ocasiones en que nos habíamos visto, paseando por
parques y museos del centro una tarde entera-. Y entre la gente que veía
caminar había una muchacha de polerón entre morado y burdeo, que llamó mucho mi
atención, principalmente por sus movimientos al caminar, de esos detalles que
hipnotizan. Le pedí un cigarro a pesar de que llevaba varios meses sin fumar.
Quizás mi abandono de cigarrillo más exitoso desde que salí del colegio.
Tengo solo mentolado, me dijo. No
importa. Me encantan, le respondí y le sonreí de forma más coqueta que la forma
en que le sonreiría a un quiosquero que me estuviera vendiendo uno, pero fue de
forma fluida y natural. De hecho, prefiero fumar mentolado, porque en realidad
llevo varios meses sin fumar, y llegué a ese re-humanizador punto en que da
asco el humo del cigarro, y el mentolado obviamente como que opaca ese mal
sabor del humo solo. ¿Segura que quieres fumar? Me dijo con mucha amabilidad y
quizás un dejo de coquetería también. Si yo fuera tú y llevara varios meses sin
fumar, preferiría no caer en la tentación. ¿Por qué tenía que decir la palabra
tentación con esa cara tan bonita? Bueno, toma uno. Pero si ya te estás
acostumbrando a dejarlo, podemos fumarlo a medias. Fue extraño, porque en ese
momento, era casi como si empezara a desear que no llegara Agustín. Que quizás
podía hablar cosas mucho más interesantes con aquella joven. O quizás es solo
que cualquier persona medianamente interesante, lo es muchísimo más en la
primera conversación que en la tercera, o cualquier otra conversación
posterior, en que una ya empieza a tener más capacidad de predecir el
comportamiento de la persona interlocutora.
Entonces, ¿quieres uno entero, o
fumamos a medias? Y fumamos a medias. ¿Cómo te llamas? Belén. Belén. Tengo una
amiga que también se llama Belén. Bien amiga. Yo me llamo Elisa. Me sonrió. ¿Estabas
esperando a alguien? Sí, ¿y tú? Igual, pero no sé si llegue. Yo tampoco en
realidad. Reímos. No sé si no sabíamos bien de qué hablar, o cada una temía
mucho parecer irrelevante en algún comentario. ¿Y… ibas a entrar al café
literario? No, ¿y tú? No, no. Pero, es mejor punto de encuentro que el metro
Baquedano, que tiene tantas salidas. Jajaja. En realidad esperaba a un amigo,
pero es solo tercera vez que nos juntamos, así que no sé si preocuparme, o si
las dos primeras veces fue muy puntual porque eran las primeras veces, y a toda
la gente le gusta mostrar lo mejor de uno cuando recién conoce a alguien.
Jajaja. ¿De verdad tercera vez? Yo también me iba a juntar por tercera vez con
alguien. Abrió sus ojos grandes, y quizás yo también. ¿Cómo se llama la persona
con la que te ibas a juntar? Dijimos al mismo tiempo, de una forma tan mística
que guardamos silencio por unos segundos. Agustina. Agustín. Lo dijimos tan al
mismo tiempo, que mi letra a sonó sola al final, después de haber dicho las
primeras siete letras con coordinación precisa. La mirada entre las dos duró
mucho rato. Pucha, me encantaría quedarme contigo conversando un rato, es una
coincidencia muy rara esta, ¿no? Sí, obvio. Pero viene por allá la persona con
la que me iba a juntar. Ah. Y no supe qué decir, solo mirar hacia adentro de la
ventana del café literario. Y ahí, adentro estaba Agustina. Había llegado
quizás recién y me agitaba su mano en forma de saludo a través del vidrio. Me
acerqué trotando y me saludó de un cálido abrazo y un beso cariñoso. Después
del beso, sobre su hombro y al otro lado de la ventana opuesta, se saludaban a
la vez Agustín y la muchacha a la que hice volver a fumar tras varios meses.
Lástima que voy a recordar siempre más el nombre de su amigo que el nombre de
ella.
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