lunes, julio 04, 2016

Cita

De todas las personas con las que me juntaba a la semana, Agustín era el que me ponía más nerviosa. Su tranquilidad al caminar, al sentarse, su forma de mirar incluso las palomas me hacía sentir, de alguna forma, en una competencia con él. En demostrar no ser menos, no ser más superficial, no ser más impaciente o aburrida. Era como si no se aburriera jamás, como si todas las cosas que pensaba o contemplaba se mantenían en su cabeza coexistiendo, o de forma intermitente. O quizás eran solo proyecciones mías. Horas antes de juntarme con Agustín, me comportaba distinto incluso en mi propia casa. La cantidad de merquén que le echaba a la sopa, el orden en el que me jabonaba en la ducha, e incluso qué compraba en el almacén para el desayuno.

Me junté con Agustín en el parque Bustamante, cerca del café literario, como pensé que le gustaría a él, o quizás como una parte de mí quiso que él me percibiera. A pesar de que no siento ningún tipo de atracción sexual por él, mi psiquis se comporta como considerando la posibilidad de que pase a futuro.
A nadie podría explicarle esa última afirmación de forma seria.      

Agustín tardaba más de lo habitual –lo habitual era dos ocasiones en que nos habíamos visto, paseando por parques y museos del centro una tarde entera-. Y entre la gente que veía caminar había una muchacha de polerón entre morado y burdeo, que llamó mucho mi atención, principalmente por sus movimientos al caminar, de esos detalles que hipnotizan. Le pedí un cigarro a pesar de que llevaba varios meses sin fumar. Quizás mi abandono de cigarrillo más exitoso desde que salí del colegio.

Tengo solo mentolado, me dijo. No importa. Me encantan, le respondí y le sonreí de forma más coqueta que la forma en que le sonreiría a un quiosquero que me estuviera vendiendo uno, pero fue de forma fluida y natural. De hecho, prefiero fumar mentolado, porque en realidad llevo varios meses sin fumar, y llegué a ese re-humanizador punto en que da asco el humo del cigarro, y el mentolado obviamente como que opaca ese mal sabor del humo solo. ¿Segura que quieres fumar? Me dijo con mucha amabilidad y quizás un dejo de coquetería también. Si yo fuera tú y llevara varios meses sin fumar, preferiría no caer en la tentación. ¿Por qué tenía que decir la palabra tentación con esa cara tan bonita? Bueno, toma uno. Pero si ya te estás acostumbrando a dejarlo, podemos fumarlo a medias. Fue extraño, porque en ese momento, era casi como si empezara a desear que no llegara Agustín. Que quizás podía hablar cosas mucho más interesantes con aquella joven. O quizás es solo que cualquier persona medianamente interesante, lo es muchísimo más en la primera conversación que en la tercera, o cualquier otra conversación posterior, en que una ya empieza a tener más capacidad de predecir el comportamiento de la persona interlocutora.


Entonces, ¿quieres uno entero, o fumamos a medias? Y fumamos a medias. ¿Cómo te llamas? Belén. Belén. Tengo una amiga que también se llama Belén. Bien amiga. Yo me llamo Elisa. Me sonrió. ¿Estabas esperando a alguien? Sí, ¿y tú? Igual, pero no sé si llegue. Yo tampoco en realidad. Reímos. No sé si no sabíamos bien de qué hablar, o cada una temía mucho parecer irrelevante en algún comentario. ¿Y… ibas a entrar al café literario? No, ¿y tú? No, no. Pero, es mejor punto de encuentro que el metro Baquedano, que tiene tantas salidas. Jajaja. En realidad esperaba a un amigo, pero es solo tercera vez que nos juntamos, así que no sé si preocuparme, o si las dos primeras veces fue muy puntual porque eran las primeras veces, y a toda la gente le gusta mostrar lo mejor de uno cuando recién conoce a alguien. Jajaja. ¿De verdad tercera vez? Yo también me iba a juntar por tercera vez con alguien. Abrió sus ojos grandes, y quizás yo también. ¿Cómo se llama la persona con la que te ibas a juntar? Dijimos al mismo tiempo, de una forma tan mística que guardamos silencio por unos segundos. Agustina. Agustín. Lo dijimos tan al mismo tiempo, que mi letra a sonó sola al final, después de haber dicho las primeras siete letras con coordinación precisa. La mirada entre las dos duró mucho rato. Pucha, me encantaría quedarme contigo conversando un rato, es una coincidencia muy rara esta, ¿no? Sí, obvio. Pero viene por allá la persona con la que me iba a juntar. Ah. Y no supe qué decir, solo mirar hacia adentro de la ventana del café literario. Y ahí, adentro estaba Agustina. Había llegado quizás recién y me agitaba su mano en forma de saludo a través del vidrio. Me acerqué trotando y me saludó de un cálido abrazo y un beso cariñoso. Después del beso, sobre su hombro y al otro lado de la ventana opuesta, se saludaban a la vez Agustín y la muchacha a la que hice volver a fumar tras varios meses. Lástima que voy a recordar siempre más el nombre de su amigo que el nombre de ella.


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