miércoles, noviembre 30, 2016

No alcancé a enterarme a tiempo del cumpleaños de una persona que solo conocía por internet, y terminé lamentándome en la casa


      Estaba triste entre escribiendo y durmiendo.

      El audio del sistema nervioso se ralentizaba a ratos, y se intensificaba a otros -dos formas muy distintas de movimiento de las ondas dinámicas: una relacionada con la frecuencia, y otra con los decibeles-, generando un sonido de eco lejano y grave, muy distante, como una galería de estadio, en partido o recital -pero un estadio lejano- rebotando en un par de edificos y llegando con desfase, agrupándose en ciertas olas de ese susurro masivo que resulta de los gritos multitudinarios. Sí, como olas, exactamente como olas de "haaahhhh" humanos -o humanoides-.

      Entre esas voces destaca una que no es parte del montón, y, por lo tanto, no está a esa distancia tan intrazable hacia adentro del Sistema Nervioso Central (SNC).

      Esa voz decía algunas cosas, y casi, casi podría haber dicho que no venía de nada parecido a soñar despierto. Pero también suelen estar esas personitas nubosas, como hechas de pifia en la córnea, de esas que quedan cuando miro la ampolleta y después a una hoja de cuaderno, y queda esa mancha que es de colores raros y oscuros -amarillo ocre, o verde destacador gastado-.

      Me asomé a la ventana y había efectivamente una persona. No sé si "efectivamente", y tampoco sé si efectivamente "una persona". Miraba hacia arriba, porque, claro, era un enano. Y miraba exactamente hacia la ventana, moviendo los labios. Me asusté un poco, y me dije "Boris...", y luego un silencio sepulcral. En ese silencio se sentía el correr de la sangre por todas las arterias y venas, pero principalmente por las que están más cerca de los oídos, porque, obviamente, son las que más se escuchan en el silencio semiabsoluto.

      Olvidé de lo que iba a decirme a mí mismo, y solo conseguí asustarme más.

      Petiso orejudo, murmuré, y sentía también ese movimiento de labios secos que tenía el petiso orejudo. O enanito orejón.

      Lo que más me asustaba era, sin duda, que la ventana de mi pieza -todo el tiempo estuve en mi pieza- daba a mi patio trasero, y no a la calle. Me tomé el cabello, y decidí dormir.

      La decisión no valía de mucho. La cama estaba mojada, el colchón terriblemente empapado, porque al principio de la narración, cuando estaba triste escribiendo y durmiendo, estaba en el borde de la cama, debido a que unos minutos antes -quince o diez (aproximando a múltiplos de cinco)- se había volcado una taza de café justo en medio del colchón, impidiéndome dormir, ya que no dejaba espacio hacia ninguno de los dos lados donde pudiera caber mi torso. La mancha había sido a la altura de mi pecho y hombros.

      El patio donde estaba el enanito orejón ni siquiera es un patio realmente. Es como un cuarto de atrás, porque con los años lo han ido cerrando y cerrando, poniendo techos, y tablas y rejas, para que no entren gatos ni ratas. Claramente nada podía haber entrado por ahí.

      Abrí la ventana y me encontré con un problema mayor, que era el de las protecciones de la ventana. La ventana tenía esos barrotes -varios en vertical y unos pocos en diagonal-, por lo que fue increíblemente complicado tomar al enanito orejón, acercarlo a los barrotes, cambiarme de mano constantemente para acomodarlo y para que no se me resbalara. A ratos hacía demasiada presión en sus costillas con algunos de mis dedos, y entonces estiraba más hacia afuera uno de los brazos, cargando un barrote con la respectiva axila del brazo, parte del cuello y el maxilar inferior del mismo lado, para conseguir tomarlo como desde la espalda y que no se resbalara y cayera. Cambiando muchas, muchas veces de mano y de barrote, logré levantarlo a la altura de mi cabeza. Besé su frente y se dio por iniciada esa labor de parto deshumanizado que fue pasarlo por entre los barrotrs de la protección de la ventana, hacia adentro de mi pieza.

      Mientras lo levantaba, me había preguntado si era hombre o mujer. Solo le respondí apuntando mi cola que me había tomado en el pelo, y posteriormente la cola de gato -artificial, porsia- que tenía pegada al pantalón con alfiler de gancho.

      De la oscuridad húmeda y fría del patio, entró a la oscuridad un poco menos húmeda, pero igual de fría de mi pieza, y me djo "Boris...", acariciando mi mejilla derecha con su mano izquierda.

      Yo le iba a pedir que secara el colchón acostándose encima hasta absorber toda el agua, pero hubo algo en esa mano izquierda apoyada en mi cara. Algo que parecía cariño y amistad a primera vista, pero que era sucio y manipulador. O quizás lo entendí así en ese momento.

      Mis pupilas se dilataban al máximo -a ese punto en que se siente físicamente el iris ocupando menos espacio, algo así como la tensión muscular ocular- para intentar ver bien sus rasgos faciales. Pero en medio de la oscuridad, su rostro era tan indistinguible, que mi cerebro creaba formas horribles, como si tuviera los ojos más arriba de lo normal, o como si no tuviera boca, o si la nariz tuviera otra forma, rara, humanoide-no-humana

      Su mano izquierda volvió a acercárseme, pero ahora para tocar mi nuca, y confieso que me ofusqué

      -No, no. No te confundas. Todo esto es performático.

      Quité mi peluca y le mostré cómo estaba calvo, y que la calvicie solía asociarse a la presencia alta de testosterona durante la vida. Tengo pelo largo, efectivamente, pero son apenas unas docenas de cabellos. El pantalón con la cola de gato también me lo quité, explicándole en qué contexto y por qué motivaciones artísticas lo llevaba puesto. Quedé con mis velludas piernas al frío, y le pedí que cerrara la ventana, ya que las sábanas de la cama para taparme estaban húmedas, con el café ya casi escarchado por el frío de la mañana.

      Cabe decir que mi casa es apenas la pieza, más un pequeño espacio separado por una pared donde hay una lavadora, una taza de baño y un lavatorio, que sirve también de lavamanos. En él hay un jabón Popeye y uno Dove, para lavar ropa interior y manos y cara, respectivamente. Luego, hay otro pequeño espacio en el que hay una cocinilla, un balón de gas de 5kg., encima del cual dejo mi ropa sucia, que suele acumularse cuando el agua está cortada.

      El patio que da afuera está construido con volcanita, y en realidad es ilegal, ya que no fue autorizado por la municipalidad, pero lo necesitaba para colgar ropa y guardar ciertas tablas y cosas que solo pueden guardarse en patios.

      Cabe decir también que la casa es el primer piso de un departamento, que sería un paralelepípedo perfecto de no ser por ese pequeño patio pirata que comenzaron construyendo los dueños anteriores y terminaron de arreglar los arrendatarios anteriores a mí, que forma algo así como un cubo que sobresale del block, como encaramándose a un bloque de concreto cerrado que no lo deja entrar.

      En el  block de al frente, pero por el otro lado, no el que da hacia mi puerta, hay una pieza pirata que sobresale del edificio, pero en el segundo piso, sostenida por dos columnas piratas hechas de fierro que lo sostienen, y que invaden la salida del departamento inmediatamente inferior.

      El enanito orejón me dijo que si cerraba la ventana, no podría salir más, y se quedaría para siempre en mi vida. Le pedí amablemente que se fuera, y que de la mancha en el colchón me ocupaba yo.

      No vi por donde salió. Estoy acurrucado sobre el cubrecama, y cubriéndome con el mismo cubrecama, doblado hacia afuera, enrollado hacia los pies de la cama, tratando de mantenerme alejado de la parte húmeda que está donde uno suele acostarse normalmente. Si es que salió, como dijo, por la ventana, estaría encerrado en el patio pirata.Estoy escribiendo, y menos triste, y casi durmiendo.

lunes, julio 04, 2016

Cita

De todas las personas con las que me juntaba a la semana, Agustín era el que me ponía más nerviosa. Su tranquilidad al caminar, al sentarse, su forma de mirar incluso las palomas me hacía sentir, de alguna forma, en una competencia con él. En demostrar no ser menos, no ser más superficial, no ser más impaciente o aburrida. Era como si no se aburriera jamás, como si todas las cosas que pensaba o contemplaba se mantenían en su cabeza coexistiendo, o de forma intermitente. O quizás eran solo proyecciones mías. Horas antes de juntarme con Agustín, me comportaba distinto incluso en mi propia casa. La cantidad de merquén que le echaba a la sopa, el orden en el que me jabonaba en la ducha, e incluso qué compraba en el almacén para el desayuno.

Me junté con Agustín en el parque Bustamante, cerca del café literario, como pensé que le gustaría a él, o quizás como una parte de mí quiso que él me percibiera. A pesar de que no siento ningún tipo de atracción sexual por él, mi psiquis se comporta como considerando la posibilidad de que pase a futuro.
A nadie podría explicarle esa última afirmación de forma seria.      

Agustín tardaba más de lo habitual –lo habitual era dos ocasiones en que nos habíamos visto, paseando por parques y museos del centro una tarde entera-. Y entre la gente que veía caminar había una muchacha de polerón entre morado y burdeo, que llamó mucho mi atención, principalmente por sus movimientos al caminar, de esos detalles que hipnotizan. Le pedí un cigarro a pesar de que llevaba varios meses sin fumar. Quizás mi abandono de cigarrillo más exitoso desde que salí del colegio.

Tengo solo mentolado, me dijo. No importa. Me encantan, le respondí y le sonreí de forma más coqueta que la forma en que le sonreiría a un quiosquero que me estuviera vendiendo uno, pero fue de forma fluida y natural. De hecho, prefiero fumar mentolado, porque en realidad llevo varios meses sin fumar, y llegué a ese re-humanizador punto en que da asco el humo del cigarro, y el mentolado obviamente como que opaca ese mal sabor del humo solo. ¿Segura que quieres fumar? Me dijo con mucha amabilidad y quizás un dejo de coquetería también. Si yo fuera tú y llevara varios meses sin fumar, preferiría no caer en la tentación. ¿Por qué tenía que decir la palabra tentación con esa cara tan bonita? Bueno, toma uno. Pero si ya te estás acostumbrando a dejarlo, podemos fumarlo a medias. Fue extraño, porque en ese momento, era casi como si empezara a desear que no llegara Agustín. Que quizás podía hablar cosas mucho más interesantes con aquella joven. O quizás es solo que cualquier persona medianamente interesante, lo es muchísimo más en la primera conversación que en la tercera, o cualquier otra conversación posterior, en que una ya empieza a tener más capacidad de predecir el comportamiento de la persona interlocutora.


Entonces, ¿quieres uno entero, o fumamos a medias? Y fumamos a medias. ¿Cómo te llamas? Belén. Belén. Tengo una amiga que también se llama Belén. Bien amiga. Yo me llamo Elisa. Me sonrió. ¿Estabas esperando a alguien? Sí, ¿y tú? Igual, pero no sé si llegue. Yo tampoco en realidad. Reímos. No sé si no sabíamos bien de qué hablar, o cada una temía mucho parecer irrelevante en algún comentario. ¿Y… ibas a entrar al café literario? No, ¿y tú? No, no. Pero, es mejor punto de encuentro que el metro Baquedano, que tiene tantas salidas. Jajaja. En realidad esperaba a un amigo, pero es solo tercera vez que nos juntamos, así que no sé si preocuparme, o si las dos primeras veces fue muy puntual porque eran las primeras veces, y a toda la gente le gusta mostrar lo mejor de uno cuando recién conoce a alguien. Jajaja. ¿De verdad tercera vez? Yo también me iba a juntar por tercera vez con alguien. Abrió sus ojos grandes, y quizás yo también. ¿Cómo se llama la persona con la que te ibas a juntar? Dijimos al mismo tiempo, de una forma tan mística que guardamos silencio por unos segundos. Agustina. Agustín. Lo dijimos tan al mismo tiempo, que mi letra a sonó sola al final, después de haber dicho las primeras siete letras con coordinación precisa. La mirada entre las dos duró mucho rato. Pucha, me encantaría quedarme contigo conversando un rato, es una coincidencia muy rara esta, ¿no? Sí, obvio. Pero viene por allá la persona con la que me iba a juntar. Ah. Y no supe qué decir, solo mirar hacia adentro de la ventana del café literario. Y ahí, adentro estaba Agustina. Había llegado quizás recién y me agitaba su mano en forma de saludo a través del vidrio. Me acerqué trotando y me saludó de un cálido abrazo y un beso cariñoso. Después del beso, sobre su hombro y al otro lado de la ventana opuesta, se saludaban a la vez Agustín y la muchacha a la que hice volver a fumar tras varios meses. Lástima que voy a recordar siempre más el nombre de su amigo que el nombre de ella.


lunes, junio 13, 2016

Capacidad de asombro


     -Si te sobran sílabas en un verso, le aplicai un asíndeton; si te faltan sílabas, su polisíndeton; y así. Es fácil. De verdad que no es na de otro mundo -fumaba y seguía hablando sin botar el humo-. Vay a mi oficina los jueves a dejar los papeles. Tenís, mira: viernes y sábado para crear, no sé, borracha, con caña, fuera de Santiago, si salís; y tenís -fumaba sin haber botado el humo de la bocanada anterior: domingo a miércoles -con tono de interrogación en la "é" de miércoles- para pulir, ¿ah? Sacar todo lo que sobra, la parte más técnica, lo que te explicaba al principio.

     Mientras fumaba, sentía un frío en mi nuca.Tenía ganas de sacarme las vértebras cervicales una por una para reacomodarlas y quedar como nueva, pero sabía que no sería así. Me temblaba mi cuello como sobredosis de cafeína, como los días sin dormir.

     -Ahí está el secreto de mi creatividad. No dormir -callaba mientras él me miraba esperando una respuesta.

     Movía mi cabeza de lado a lado, mi nuca crujiendo.

     En la sala al fondo de la oficina, por una puerta abierta que podía ver sobre el hombro del editor, no bailaba un tipo delgado, de cara fea, de ascención social, con una chaqueta gastada y pantalones de tela muy delgada. No brincaba y movía los pies, como ballet.

     Volvía a mirar a los ojos a mi entrevistador de trabajo.

     -Sí, acepto -Le decía sin tener idea qué me había estado hablando los últimos segundos.

     De repente estaba sobre él, desnuda de toda la parte de abajo de mi ropa; mantenía la bufanda la chaqueta y la blusa, incluso los lentes para leer sobre la cabeza, como cintillo. No lo agarraba de su cuerpo graso y con olor a taxi, o mejor a micro amarilla. Aún nos separaba el escritorio.

     Suspiré aliviada y le dije que me iba. Me acerqué a sacar un vaso con agua del dispensador de agua. El sonido de las burbujas después de que se llenara. Ese frío tan rico que hace doler los dientes, pero no las encías.

     No le daba la mano ni las gracias, ni siquiera pasaba por al lado de él hacia la puerta de salida. Y estaba ahí, y el sonido de las burbujas no se acababa. Sacudía la pesadez de los párpados y me acercaba a pasar por su lado, y decirle de una vez las gracias, y chao, y lo que fuera.

     En su escritorio, no corrían manchas blancas girando en una ruta, dejando una estela difuminada, nubosa. En el ascensor antiquísimo pensaba en las plantas de la oficina para apalear el humo del cigarro, en el tipo que no bailaba a saltos. Me senté en el suelo del ascensor.

     El ardor en los ojos se ponía denso, y entonces entendía algunas cosas que me había dicho el caballero. Ya estaba segura de que no me lo había follado allá arriba, y que habló de Modernismo, de Platero y yo, o algún ejemplo similar.

     Llegué al piso de arriba de nuevo. No me había quedado nada claro. Subí abrazada a un tío del aseo, de overol azul. Me había encontrado durmiendo en el menos dos, al lado de una llave de agua para lavar las mopas, a la salida del ascensor que daba al estacionamiento. Golpeamos la puerta mucho rato pero nadie salió a abrir

     -¿Está segura de que era aquí, en el ocho?

     -¿Ocho pisos subimos a pie? -callé y lo miré en silencio- Diez -me respondí, recordando que estábamos en el menos dos. Me alegré tanto que le di un beso en la mejilla, medio cuneteado, y me retó cuando traté, en un momento de tomar agua del carro donde llevaba la mopa. Tenía barro y todo, pero no había agua más cerca, y ya no tenía fuerzas para preguntarle dónde había un baño cerca.

     No se movía ninguna sombra a través del pasillo de oficinas, desde la ventana este que daba a la cordillera opacada por el esmog, hacia la ventana que daba hacia el edificio de al lado, en la que solo se veían escaleras. Ninguna sombra alargada como personas altas que avanzaban sin tocar el piso.

     Así que, sentada en el paseo Ahumada o Estado, comía una empanada y un café helado. No le había preguntado al vendedor si podía cambiar el sabor del helado a uno que no fuese vainilla, que es asqueroso en combinación con el café y la crema chantilly. Hubiera querido tanto preguntárselo a tiempo. La empanada se había enfriado rápido. Tenía en mis manos unas orejeras de polar que había comprado recién en algún carrito. Era de color morado y no me habían dado el vuelto; probablemente me fui sin recibírselo.

     -La estuve llamando harto rato cuando se alejó caminando. Son ocho quinientos el vuelto -tardo un rato con la mano estirada en pensar si eran ocho veces quinientos u ocho veces mil más quinientos pesos: ocho lucas y quinientos. La respuesta era obvia, pero pensar en cosas que se asumen de forma muy instantánea puede reducir muchos riesgos lógicos.

     Mi sueño fue siempre follar con un travesti, transexual o como se llamen. Sabía que había varios cerca de McIver, o San Antonio.

     -Tú necesitay dormir, linda -y yo con los ocho quinientos en la mano, la mitad de la empanada y el cafechantillyvainilla derretido en la copa. Me miró con cariño, y yo la miré sin decirle hartas cosas muy afectivas, que servían mucho para escribir poesía, pero no poesía infantil ni con rimas.

     Me corrieron dos pequeñas lágrimas de nostalgia por la infancia y por la visión ingenua del mundo. Deseaba que todos los días fuesen sencillos como el de hoy, sentada en una banca de piedra mirando correr el agua del Mapocho. Cuando chica, la espuma del Mapocho era café. La cresta de cada ola. Café. Caca molida, como en una juguera. Ahora el agua era café y la espuma casi blanca. El olor también había desaparecido, como el olor a vinagre en Avenida La Paz, que tanto odiaba y me tapaba la nariz, y ahora habría metido una moneda en una máquina para olerlo de nuevo. Ah. Mil veces mejor que máquinas de peluches o que máquinas para ver un track de un DVD. Le comentaba cosas tristes pero bonitas, no al tío del aseo ni a la travesti morenita y achinada, con esos pechos mucho más bonitos que los míos y esa cintura de quinceañera centroamericana. No estaban conmigo, po, y yo sintiéndome apañada por sus compañías ahí en la banca, pero era como el recuerdo del día.

     -No quiero saber nada de crímenes ni de las cosas horribles que puede hacer la gente -y un rastrillo con sonido de hojas de plátano oriental, un uniforme verde con amarillo y un gorro naranjo estaban cerca mío, en alguna parte detrás de mi nuca, que me recordó hacerme sonar las cervicales de nuevo para liberar la tensión de la gravedad.

     -Pensé que estaba pintando un mensaje hermoso en la muralla del Mapocho, de la ribera. Pero ve, no tengo ni siquiera pintura.

     -¿Qué eres? -me había preguntado, o algo así.

     -Soy escritora, escribo poesía, pero solo cuando no duermo en varios días. Cuando duermo, busco trabajos fomes y monótonos, y me siento como esas tiras... -No. Qué signo eres-, me interrumpió en algún punto antes o después de eso que dije. Me puse a contar los días con los dedos para ver si mi signo, si el veinte o el veintiuno de cada mes, y me compré una sopaipilla a la que le eché todas las salsas que habían, de rocoto, de cibulet, esa que es como americana molida y la otra que es como americana entera, y salsa de soya y ají. No tenía hambre, pero moría por probar esos sabores, y mi cuerpo en realidad me lo pedía.

     -Dejé al jardinero hablando solo -me callaba para mí, y me sentía un poco bien y un poco mal.

     Era mágico todo. La humedad que hacía que los árboles se vieran irreales a medida que se alejaban, en el forestal, y tantos tipos de nubes distintas, y tantas personas de las que podía imaginar cada uno de sus timbres de voz, y cómo sonaban en persona,y cómo sonaban por teléfono. Y mi cuerpo me insistía en llegar a dormir, pero me deprimía despertar sin capacidad de asombro. Despertar tan segura de toda la realidad, y preocupada de tantas cosas tan materiales, y me amaba en esa perdición tan romántica y marginal, casi al nivel de comprensión de mundo de los vagabundos que me daba el insomnio.

     La puerta de la micro estaba mala, y se azotaba con tanta furia al abrir que era como el azote de la máquina contra la humanidad maquinizada, y le pedía que volviera a sonar, cada vez más fuerte. Suena, mierda, suena, azota. Porque si dormía hoy, mañana ya no me iba a importar; solo me iba a estresar, e iba a subirle el volumen a la música o algo para no escucharla, para ignorar la máquina.

     Azota, mierda, ¡azota! Si dejaba de azotar, el bellísimo mural que no había pintado en la orilla del Mapocho iba a desaparecer como cuando se olvida el sueño después de la ducha.

miércoles, junio 01, 2016

Australopithecus hervido


I

Sopa de australopiteco preparamos ese día
Hervido, muy fresco, casi vivo, para que no quede amarga su carne
Despellejado, con especias, es un manjar de dioses
como si pudieras oírlo chillar
como si su carne irritándose suplicara ser comida, echando vaporcito
ya tan lejos de la fisiología, tan culinaria...


En la sala de comidas J'koam bromeaba sobre la iniciación sexual a su hija consumada por sí mismo
decía
que
honraba
antiguos
rituales
de la cultura Mywi del Choan.

Adultos rieron, una joven se ofendió,
yo no desprecio el atrevimiento en las comidas.
Adultos hay que consideran
de esta hora
la máxima expresión de los tabúes

Manitos de australopiteco, tan fibrosas
"Manitas" según mi sobrina, su influencia
de dialectos de transmisiones de la sierra.

B'llaynilhem -de cariño B'llay-
comía hígado en su sopita
Con algo de piel marinada
Esa combinación tan exquisita


II

Sopa de australopiteco preparamos ese día
Exótico, muy fresco, un gustito, para impresionar  a los comensales
"Exquisito, con especias, un manjar, señores
Como esto solo cuando es año par"
Como entre en broma y en serio la B'llaycita,
echando vapor tan voluptuosa, tan exquisita...

En la sala de baño la joven hija de no sé quién miraba con odio a J'koam-Barû
condenaba con odio el comentario
de
 la
  cultura
   Mywi
    del
     Choan.

Adultos se desvistieron, el baño de vapor,
fresco como el primate de la comida.
Adultos se relajan y se miran
vapor, baño,
el ambiente donde desaparecen los tabúes.

B'llayhilhem, B'llay, B'llaycita,
azul violeta sus pezones, vulva y labios
colores intensificados de satélites cercanos
contraste estimulante de cielo estrellas
sus manitos en sus pechos, mojaditos, mojadita
cascadas heladas de cometas cristalinos
lloviendo hielo en el magma de planetas ardientes
lenguas de sol chillando en la mueca suave de su muda boquita.
Y las niñas con mi sobrina, ausentes
viendo transmisiones de monitos de la sierra...

lunes, mayo 30, 2016

Ritmito

Un adolescente baila
Quieto, solo, la mirada hacia abajo
Un adolescente varón, con sus testículos flácidos balanceándose dentro de su pantalón
Se lamenta y baila de dolor
Suena como tap, tap chap tap, tap, tap chap tap
Y no para más, chispeo de dedos a ese mismo tap chap
Tap indica piernas abiertas. Dos tap indican movimiento de pies, pero con las piernas aún abiertas, alternando talón, punta, talón, punta
Chap indica piernas cruzadas. No hay dos chap seguidos.

Y sigue tap, tap chap tap, tap, tap chap tap
Y cree que lo está haciendo bien

¿Sientes el ritmo? Bien
No tiene que parar porque él no para de mentir
Ese lenguaje kinésico-corporal
alega tanto...

Hay tres estados: camello, león y niño
Pero ¿esto? ¡Mira qué ridículo!
Tap, tap chap tap, tap, tap chap tap
¡Jajajaja! jaja, chap tap

¿Visualizas el contraste de esa piel blanca y esos vellos negros tan ridículos, tan adolescentes?
!Y esas tetillas rojas rodeadas de esos vellos!
¿Visualizas el color del pene más oscurecido en ese estado de reposo, por la contracción de la piel?
Tap, tap chap, la ropa y la piel, tap

Si me voy a mi casa, el ritmito ese me persigue
Que alguien lo pare, por favor
¡Toda esa emoción falseada...!

jueves, mayo 19, 2016

Mirando desde el nivel del suelo (pasto, sí) hacia el horizonte


Estaba tumbado en el suelo... tal como el título lo indica. Era a la vez un ser pequeño, rodeado de hojas de pasto, sin dejar de ser una enorme cabeza derribada por las flechas en llamas, que golpean tan rápido que no lastiman, ya que carecen también de punta. Pero cruzaban una y otra vez el cielo opaco del amanecer -o atardecer... la cosa es que era opaco, sin estrellas ni sol-. Cada una con un movimiento aun más hermoso que las gotas de lluvia, puesto que evadían con ligereza la fuerza de gravedad que las habría uniformado.
Intenté levantarme en mas de una ocasión. Pero sentía mi cráneo enorme envolviéndome por completo, sin permitirme dar más que un par de pasos y quedar sin posibilidad de movimiento.

Intentaba buscar, fuera de mi ser, mi cuerpo. Claramente era como que no estaba ahí. El frío, el calor, no tenían sentido.

Imaginé carne revuelta desenrrollándose de mi cráneo hacia afuera, como fruta de un canasto que cayó al suelo, por otro motivo que no fuera el golpe de un par de flechas en llamas.

No podía moverme, era definitivo; era una semilla, una cabeza de ajo con las ramas verdes mustias e inclinadas al suelo; las mismas que deberían clamar al cielo esperando el amanecer. Y ahí pensé. Cada segundo parecía de un azul más intenso, y por esto empecé a divagar por demasiados minutos, si acaso el azul era el contraste con el amarillo del fuego, o era el amanecer, y había estado yo de noche, en la hora más fría, armado. Lo que se entiende por armado.

No entendía si tenía los ojos abiertos o cerrados. A ratos pensaba en parques, en simplemente estar borracho en un parque, herido en alguna batalla, pero no sé contra qué. No sé con qué en el cuerpo o cuánto cuerpo. La esperanza para cerrar los ojos, en caso de que estuvieran abiertos, es que podían abrirse otros, y quizás estoy tan anulado, que ni siquiera soy lo que creo que soy, y puedo despertar, o algún verbo más apropiado, siendo algo que de verdad no se me ocurre en estos momentos, porque quizás perdí ya la capacidad de conectar ideas. O nunca la tuve. O la tengo en un rato poco.